Bachiller superior, el camino hacia la universidad

Y llegó la hora de ir madurando, de ir tomando nuevas decisiones, trascendentes para mi futuro.

Mi gran amistad con Concha, hizo que compartiera muchas tardes a la semana, estudiando en su casa sobre todo, y que en el entorno de su familia, yo fuera muy bien recibida y admitida como una más. Un día vino su padre y me habló de unas becas, de Mutualidades Laborales, donde él trabajaba, que eran estupendas, precisamente destinadas a hijos de trabajadores con pocos recursos y de un nuevo centro, la Universidad laboral de Zaragoza, que se abriría el próximo curso y para lo que yo estaba en unas condiciones envidiables de conseguirla. Inmediatamente, todo mi espíritu se puso en marcha a imaginar lo inimaginable, poder seguir estudiando, frente a las opiniones, en cierto modo, presiones, de mi tía Carmen y mi abuela, que con su mejor buena fe, opinaban que ya estaba bien de estudiar, que mi padre, pintor de brocha gorda, estaba «muy trabajado» y que yo, lo que tenía que hacer era ponerme a trabajar para ayudarlo, meterme en un taller de costura, como aprendiza y labrarme un futuro como modista… Nada más ajeno a lo que yo pretendía y que la opción que me presentaba don Francisco, el padre de Concha, fue como la mano fuerte que te saca del fango del que no puedes salir tu sola…

Y efectivamente, así hice. Fui por su oficina, me llevé la solicitud, que rellené con todo cuidado, era bastante compleja, busqué toda la documentación que me pedían y con la aceptación de mis padres, la entregué, con la gran esperanza y la gran duda, instaladas en mi mente… Aproximadamente, uno o dos meses después, por abril de 1967, vino aprobado… Fue una gran emoción… podría seguir estudiando bachiller superior, podría ir a la universidad, adonde iban mis primos ricos, hacer una carrera y emerger hacia posición social muy distinta a la que tenía y en la que había vivido, aunque siempre rodeada del respeto y el cariño de mis padres…

Pero no todo eran parabienes. Aún hoy, tengo la sensación de que a lo largo de mi vida, siempre que he intentado «tirar para adelante» con algún proyecto, en cualquier etapa, en ese momento, ocurre algo, que lo entorpece, que lo frena y en algunas situaciones, lo imposibilita totalmente… Esto ocurrió, precisamente, después del verano, cuando tenía que incorporarme a mi nueva etapa vital, a mi nuevo destino, tan desconocido, tan deseado.

Mi madre, tras una pérdida de visión bastante grande, había sido diagnosticada con cataratas, en los dos ojos. Y habían fijado la operación hacia finales del mes anterior a mi partida, no recuerdo, si agosto o septiembre. Yo, como único apoyo, -soy hija única-, la acompañé con mi padre y luego estuve con ella, todo el tiempo postoperatorio. Parecía que, aún siendo una operación, que no tenía por qué tener complicaciones, sin embargo, si las tuvo. Recuerdo cómo lo pasó de mal, ya que el despertar de la anestesia, fue muy violento y le producía unas náuseas violentas. Estas naúseas, le abrieron la herida, produciéndose las hemorragias, que la llevaron, al cabo de una semana de ser operada, a entrar de nuevo en el quirófano, volver a repetir la operación y volvió a ocurrir la misma reacción a la anestesia… Todo ello, llevó a que perdiera completamente el ojo operado, con la consiguiente, marca para el resto de su vida, de lo que nunca se quejó…

Toda esta situación, ocurría en los previos a mi partida. Vendría un autobús a recogernos a las alumnas en la estación de trenes, la Estación de Córdoba. Allí teníamos que estar con nuestro equipaje, mínimo para los tres meses hasta Navidad, fecha en la que vendríamos de vacaciones. Yo tuve que preparar todo, ya que mi madre no estaba conmigo. Pero, cómo iba yo a dejarla sola, en el hospital, cómo me iba a ir y dejarla sin asistencia, mi padre tenía que trabajar, no podía pedir días de permiso. Tenía yo derecho a hacer eso?. Irme a vivir mi vida y dejarla a ella, en un hospital, sin saber que iba a pasar con su visión, con su ojo enfermo? Y la opinión de mi familia, no digamos, aún sin decirlo abiertamente, estaban en contra, es un capricho más, como se le ha metido en la cabeza estudiar… y además, tan lejos, en Zaragoza… Fue una decisión muy, muy dura. Ahí, me ayudaron mis padres y Ana Medina, que como siempre, salió al quite y me reemplazó en todo momento, hizo un trabajo, mucho mejor que lo hubiera hecho yo… Ella no sabe, cuánto la recuerdo y cuánto le agradezco su gesto. Tu no te preocupes de nada. Aquí no pedes hacer nada, todo depende de los médicos y para lo demás, estoy yo… Va a ser mucho más complicado que, renuncies a la beca?, que te vayas después en tren, tu sola, la primera vez que viajas, dieciséis años, teniendo que hacer transbordo en dos estaciones muy distantes en Madrid? que te incorpores, un mes más tarde, cuando ya todas las compañeras estén en marcha?

Tú, vete y haz lo que tienes que hace y hazlo bien. Y así hice, con el corazón encogido, pero lo hice, subí a aquel autobús y ahí empezó una de las aventuras más bonitas de mi vida… estudiar, disfrutar estudiando, con las mejores instalaciones que podía soñar, con los mejores profesores, entregados a su sueño enseñante, jóvenes pero muy expertos, compartir la vida con niñas de todas partes de España, vivir en un internado, viajar, conocer lugares lejanos a mi casa, de la que nunca había salido, conocer a los curas obreros, que en un principio estaban allí para los oficios religiosos, que pronto desaparecieron y que nos enseñaron un mundo cristiano, lejos de las jerarquías y cercano al modo del trabajo y de los pobres, oír y aprender a pronunciar «como dios manda», la lengua castellana, y tantas y tantas experiencias…

Y todo ello, manteniendo la beca, con una nota media de notable.

El gimnasio
Hall de entrada con la biblioteca arriba y la iglesia abajo
La residencia
Mi clase
El laboratorio de idiomas
La piscina

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