El colegio, Las Becas, tenía dos plantas, con las aulas de los más pequeños a un lado y el patio de recreo y de gimnasia, cuando la había al otro. Arriba, las aulas de los mayores y el despacho de la directora, Doña Dolores. Se cantaban himnos falangistas antes de entrar a clase, una vez formadas las filas que irían a cada aula. En realidad, cuatro aulas abajo y otras tantas arr
La directora habló con mi madre: «Esta niña debe estudiar bachiller, tiene buenas notas, le gusta estudiar y es una pena, que no siga estudiando. Hay unas becas, pero tenemos que solicitarlas con su consentimiento. diga a su marido que venga con usted, tienen que firmar los dos».
Y se pasó el plazo y mi padre no llegó, se sentía incómodo por hablar con la directora, le daba vergüenza… Al curso siguiente, ocurrió lo mismo y ahí me puse pesada. Mi padre tenía vergüenza de hablar con ella, no se atrevía. pero lo conseguí y todo fluyó como estaba previsto: beca para hacer bachiller, tres mil seiscientas pesetas al año, colegio de monjas las Salesianas, al lado de casa, uniforme negro para la calle, verde para el gimnasio, un libro para cada asignatura frente al libro único, La Enciclopedia Álvarez que ya conoces de pe a pá, una maravilla, entusiasmo sin fin.
Una nueva etapa, una primera aventura, nuevo colegio, nuevas amigas, nuevo sistema, el colegio de monjas, las Salesianas. Aquí viví durante cuatro años intensamente. Mi primera vocación religiosa, mis visitas a la capilla para reflexionar a solas, mi primera regla, mi amiga Concha, que nunca olvidaré, compartir con ella sus clases particulares, su profesor particular, Ernesto, mis primeros cursos de inglés, que estudié con gran entusiasmo, las clases de gimnasia, esta vez, de las de verdad, una profesora para el dibujo, me encantaba, cantar en el coro, segunda voz.
Las primeras salidas a merendar, a pasear por el centro, los primeros amigos, la primera pandilla, todo era nuevo, todo era bueno. Y en casa, encantados. Todo seguía como siempre, yo no ponía problemas y mis padres, tampoco me los ponían a mi. Querían que fuera lo más feliz posible. Nunca me exigieron nada. No hacía falta. Yo cumplía lo poco que me exigían y como todo lo del colegio me encantaba, no había problemas
¡Cómo los echo de menos!