Aquella ventana

Era un lugar propio, no compartido, sólo mío. Ventana conquistada. Ventana conseguida. Era mi lugar para la observación del exterior, sin dejar de estar protegida por el interior.

Desde la calle tenía una altura media, común a todas las ventanas que habitualmente se asomaban de los pisos bajos de las casas. Desde dentro la cosa no era tan fácil. Era bastante más alta. Para entrar en casa, había que bajar cuatro escalones desde la calle. Por tanto, esa distancia, se notaba bastante a la hora de poder asomarse a la ventana.

Debajo de ella, había un gran arca, donde se guardaban las ropas de invierno, mantas y demás. Después de dar bastante la lata, conseguí que mi madre me dejara subirme a ella. Coloca una silla sobre el arca y trepa tu, primero al arca, luego a la silla y después, al profundo alféizar de la ventana… Maravilla, lo había conseguido. No recuerdo que fuera muy cálida, aunque daba el sol. El tamaño, el suficiente para sentarme con las piernas encogidas y en la mano un libro. Me gustaba estar entre libros, no sólo de deberes, sino de lectura.

En esa época leía tantas novelas del oeste como mi padre. que ya es decir. Él no las compraba. Sino que las cambiaba en el quiosco. Tenía un sistema de intercambio de novelas, tu llevabas las tuyas y te llevabas otras tantas, pagando por ello una cantidad, pequeña, supongo, pero tenías que pagar. Pues cada poco tiempo mi padre las llevaba a cambiar y yo tenía que leerlas antes de que se las llevase. Casi sentía las ruedas de la diligencia, como golpeaban los caminos y los disparos, menos mal, que la chica, siempre encontraba refugio en el bueno, aunque fuera el que más disparaba.

Delante de la casa, y por tanto delante de la ventana, había una acera muy grande, cabían dos o tres coches sobre ella, aunque nunca aparcaron allí. Desde mi sitio podía ver cómo cuando pasaba el lechero, con su carrillo de mano y los bidones de leche, se paraba justo delante de mi mirador y venían las vecinas a comprarle, incluida mi madre. Muchos pasaban, el heladero, por ejemplo, al que salíamos los niños a comprarle los helados, el corte helado, que sacaba de su nevera portátil, dentro de una lamina metálica, conde colocaba la galleta y cortaba, según el tamaño que habías pedido; también llevaba napolitanos, unos helados de palo, redondeados, blancos, muy dulces, como si estuvieran hecho de leche hecha hielo; y no quiero olvidarme de aquel que vendía higos chumbos, los llevaba pelados y sin pelar. Los pelados incluso, los llevaba fresquitos, en un cacharro con hielos, o si no te los pelaba allí mismo, siempre era eso mejor, que hacerlo en casa

Casi no pasaban coches por mi calle. La del conquistador Pizarro, con sus tres casas, donde en realidad, había muy pocas niñas

Alguna vez conseguí subir conmigo al gato, y que se sentara allí. Fue estupendo, mi ventana…

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