Aquella casa me gustaba mucho, era grande y con muchas habitaciones, eso me parecía, con mis pocos años. Dos puertas le daban acceso, una, a la entrada principal, la otra directamente a la cocina. A la izquierda el comedor, al fondo de la entrada una biblioteca o despacho, luego las habitaciones de los primos y primas, otra salita y la habitación de los tíos… Las habitaciones grandes y el sobre todo el pasillo, tan largo, como para poder jugar a correr y resbalarse al final con las rodillas…
No íbamos muchas veces de visita, no se por qué. Era la casa de mis tíos, frente al Sevilla, el club de futbol. A mi me gustaba mucho asomarme al balcón, acostumbrada como estaba a vivir en una planta baja, eso de mirar desde la altura, me resultaba delicioso.
Éramos muy pequeños, ocho o nueve años. Aquel cuarto de baño, grande como una habitación de mi casa, ejercía sobre mi una gran atraccion.
La bañera, que nunca probé, porque solo íbamos de visita, la veía tan grande como mi cama. El gran espejo, un poco alto para mi altura, las toallas a juego, los estantes con botes preciosos, brillantes… De todo lo que allí había, lo que más me atraía era la colonia que usaba mi tío!!! Colonia fresca, de olor a limpio, con la que pude comprobar años después, aquello de la memoria de los olores….
Aquella casa me parecía enorme y preciosa. Vivían cinco primos, los dos tíos y una chacha
Y el cuarto de baño, tan grande como mi habitación.. me gustaba, las pocas veces que estuve, me gustaba entrar, mirarme en el espejo, y sobre todo, abrir un bote de colonia y olerlo. Una colonia fresca a la que olía mi tío, por fin, aquel olor tan agradable, sabía de donde salía. No tenía confianza para preguntar a mi tía, si podía usarla, ponermela en las manos, así me conformaba con olerla. Con el tiempo, ya mayor y recordando ese olor tan peculiar, la localicé en una perfumería, el Ánfora de Oro. Olía a limpio, a limón, a elegancia
El rey de la casa era mi tío. Grande, guapo, elegante, perfumado, acostumbrado a mandar y a ser obedecido. Lo admiraba, aunque me inspiraba tanto respeto, que casi ni me dirigía a él. Cuando hice la primera comunión, a los siete años, me regaló un reloj de pulsera. Creo que era una costumbre con todos sus sobrinos. Era un reloj con esfera pequeña, dorado y con la pulsera también dorada. Yo estaba tan orgullosa de aquel regalo, que sólo lo usaba de vez en cuando, no fuera a perderlo. Cosa que ocurrió en la primera ocasión que salí de noche para ir a la misa del gallo, en Triana, en Santa Ana. Llevaba unos guantes, que, al entrar en la iglesia me quité y debió caerse en el movimiento de sacar el guante, aunque no oyese el golpe. Sentí su pérdida, mi primer y único reloj de niña. Ya no lo tenía y ya tampoco era una niña.
Mi tío me enseñó a quitar la piel de la chacina con cuchillo y tenedor. Un día que me quedé a comer en su casa, todos a la mesa, había unos entremeses, chorizo, salchichón, y otros. Yo fuí a coger una rodaja de chorizo con la mano y él me corrigió, enseñándome, cómo se hacía, separando la piel con el cuchillo y sin tener que meter las manos en el plato… Yo me sentí mal, por no saber hacer las cosas como decían las reglas, aunque, agradecida y obediente, seguí, con mayor o menor éxito comiendo alguna más, como me había enseñado.