La vida transcurría tranquila, mientras el sol de la primavera visitaba los balcones animando a las plantas a desperezarse y hacer crecer sus flores, hasta alcanzar su esplendor, a mostrar toda su belleza.
Los árboles acunan en sus ramas un ejército de flores blancas, que regalan los sentidos de los transeúntes, y las van dejando caer poco a poco, formando alfombras blancas, blanco azahar.
Pero la tranquilidad se tornó en desasosiego, sin solución de continuidad
¡Unos okupas se han metido en el piso de arriba, han ocupado el piso de arriba! – se oyó decir. Una llamada al propietario, abrió todas incógnitas, porque a partir de aquí, el panorama es de lo más novelesco
Los propietarios, que no vivían en él desde hacía mucho tiempo, llegan al instante, con caras desencajadas. Pero, ¿cómo es posible, cómo ha podido pasar esto?
Intentan entrar en la que fue, o es, su casa, y no pueden. “Llamemos a la policía,” – dice el marido-, a lo que la esposa, se niega con argumentos humanitarios y de solidaridad. “Hablemos con ellos, porque si tienen niños pequeños, a lo mejor necesitan el piso más que nosotros y se lo podemos alquilar o incluso, vender”
Y así empezó todo, una más de las muchas historias de un barrio de Sevilla, al sur del sur, y de todo eso vamos a hablar…
El barrio es un lugar soleado y con arboleda, aunque ésta no consiga una buena sombra en verano, tan necesaria. Tiene calles anchas y bien trazadas y otras muchas, las más cortas, peatonales, a las que asoman los balcones con macetas y flores de todos los colores, al lado de la ropa tendida al sol, a la espera de que unas manos hacendosas, la recojan y vuelvan a su lugar.
Ya se considera mayor de edad, está consolidado, aunque no tiene nada que ver con el aspecto y la sociedad que lo vio nacer hace cincuenta años. La mayor parte de sus primeros inquilinos, de aquellos que le dieron su aspecto inicial, limpio, lleno de flores, paredes encaladas, esos, ya no están.
Con el transcurrir de los años, han llegado nuevas oleadas de gente de cualquiera otra parte de la ciudad, incluso de fuera de ella y de fuera del país, atraídos por los bajos precios, y probablemente, porque al estar en el sur del sur, estaba fuera de la vista de los que mantienen el orden, fuera de su control y se puede vivir casi en el anonimato total, que a tanta gente interesa.
Familias de varias etnias gitanas, llegaron hace unos treinta años, expulsados de su lugar de asentamiento, en Triana, por motivo de la Expo del 92, que necesitaba aquella zona para viviendas de sus visitantes. Esto le dio color, música y bailes en la calle, bullicio de hogueras y cantes y también chatarra y basura. Y niños mocosos en la calle, sin importar la hora.
En los últimos veinte años, el barrio ha recibido, familias gitanas del este de Europa que incluso hoy en día, no han aprendido la lengua y familias del África subsahariana, muchos de ellos, procedentes de Nigeria y otros, con el ánimo de encontrar una mejor forma de vida para ellos y para sus hijos, huyendo de la violencia y sobre todo de la pobreza de sus países. Estos últimos viven más hacia adentro de sus casas, encerrados en su propia cultura y tradiciones, sólo pintando las calles con otros colores
La apariencia del barrio en los primeros años, era limpia y ordenada. Quien lo diseñara se esmeró en dotarlo de plazas con bancos, para fomentar la convivencia vecinal, tan apreciada en una ciudad del sur a la que gusta convivir en la calle y compartir el fresquito de las largas noches de verano.
También planteó su diseñador, una serie de zonas donde poder comprar, mercados y tiendas, los comerciales, pequeñas y no tan pequeñas tiendas, donde el vecino podría encontrar todo lo necesario para su vida, desde la farmacia hasta el kiosco de chucherías para los niños. Redondo.
Las casas, de un tamaño suficiente para una familia de cuatro miembros, se fueron quedando pequeñas, porque donde había espacio suficiente para cuatro, se llegaron a instalar seis, ocho y más. No me imagino las colas para entrar al único baño, en un día de colegio.
Pero no sólo el barrio absorbió todo lo anterior, lo que fue determinante fue su último y definitivo inquilino, la droga.
Con el devenir de los tiempos, aquel barrio obrero, de casas blancas, flores en los balcones, tiendas donde charlar mientras se compra, ha cambiado su cara de un modo, quizás irreversible.
Las zonas comerciales, están ahora abandonadas en su mayoría, aparecen rotas, sin puertas ni ventanas, pintadas en sus paredes, una pintura sobre otra, llenas de escombros y basura
Sus calles se han visto surcadas por unos personajes esqueléticos, que vienen de cualquier parte, rápido, rápido, van a conseguir la ansiada ración, que les dará calma y bienestar, al menos durante unas horas. Caminan, solos, o de dos en dos, van a lo suyo, no se meten con nadie, hablan solos, cada día más delgados, cada día, más débiles…
Y los aguadores… esos personajes que se han olvidado del agua para lavarse, que, todo el tiempo en la calle, avisan a sus jefes, de cualquier visita no deseada, con frecuencia, de la policía, que les perturbe en su negocio, su negocio de muerte y destrucción.
Y otra raza autóctona, los chatarreros… van de basura en basura, incluso, abriendo bolsas en busca de algún tesoro que se pueda vender por unos cuantos céntimos. Puertas viejas, de alguna mudanza, chatarra de un viejo calentador, frigorífico abandonado, incluso, viejas muñecas de trapo, se van almacenando en el carrito de la compra de algún supermercado cercano, que le sirve de trasportín, para llegar a la chatarrería y cambiarlo por algún dinerillo, con el que poder comprar lo que les hace feliz, un chute, una papelina… así, hasta el día siguiente…
Si los hombres presentan esta imagen, las mujeres no se quedan atrás. Esos rostros, antaño hermosos, ahora, sin dientes que adornen una sonrisa, sin pelo que enmarquen el perfil, sin músculo que soporten la ropa… Y por la noche, una manta y unos cartones, y a dormir aquí mismo, para estar cerca al día siguiente, si es que hay un día siguiente en algún lugar…
Inmundicia y suciedad, basura esparcida, aguas sucias estancadas, humedades, paredes rotas y edificios destrozados, sin escaleras, sin ventanas, sin ascensor… Sin embargo, la vida sigue su recorrido y hay tantas vidas como gente diversa hay en El Barrio, cada entorno, cada clan, cada plaza, tiene su propio color.